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Sobre irse a la mierda y contarlo


Cuando después de mucho tiempo de cuidadoso planeamiento, de cuidadoso ahorro, de leer mucho, de pensar mis opciones, pero sobre todo de prepararme mentalmente, empecé a avisarle a LA GENTE (así tipo ente monstruoso) que iba a dejar mi trabajo en la oficina y a mi pareja a 13,000 kilómetros de distancia para irme a vivir, trabajar y viajar por Europa por tiempo indeterminado, llegó la prueba de fuego; escuchar sus opiniones y advertencias sin dejarme des-convencer.

Si los escuchaba a ellos, mi novio me iba a cagar, iba a sufrir hambre y luego iba a morir de tristeza (él). Yo por mi parte no iba a conseguir trabajo, me iba a frustrar, deprimirme, terminar sin plata y volver sin el pan y sin la torta. Me iban a discriminar, no iba a tener amigos, el tiempo libre me iba a volver loca e iba a extrañar Buenos Aires (de todas las advertencias que me hicieron, si alguien me conoce, extrañar Buenos Aires era sin dudas la menos plausible).

No soy de esas personas que piensan que el universo cuidará de ti, que todo siempre se va a resolver, que la buena energía trae buena energía, que si creés mucho en tus sueños se van a hacer realidad. Jamás podría hablar así, y jamás podría decirle eso a alguien que necesita un empujón, no estoy hecha de la madera positivista de Cris Morena, soy pura madera cínica, ultra realista y neurótica de Woody Allen. Lo único que puedo decir, lo que este año de viaje y vida me enseñó, es que no hay que escuchar a NADIE. Nadie sabe más que vos lo que estás haciendo, ni por qué, nadie investigó como vos, ni lo pensó tanto como vos, ni se mentalizó como vos. Todo puede malir sal, y no creo que al universo le importe, pero cuando ya estás en el baile, si tenés más de dos dedos de frente, vas a encontrarle la vuelta, porque no tenés otra. Y si estabas y estás completamente seguro de la decisión que tomaste, no vas a extrañar, porque no podés extrañar. Cuando estás solo y lejos no te ponés a llorar porque se te quemó el bizcochuelo, cuando estás solo y lejos sos el policía de Terminator, porque es eso o estás frito.

Algunas opiniones habrán venido con buena leche, otras con muy muy mala. Muchas de esas cosas, como neurótica profesional con décadas de experiencia, ya las había considerado (más que nada lo de terminar sin dinero, o morir en un avión antes de llegar. Esta sí que no se le ocurrió a nadie). No me ayudó en nada que me agregaran miedos, culpas y preocupaciones que yo no tenía, o que ni siquiera se aplicaban a mí. Agradezco haber estado tan convencida de lo que hacía como para que los miedos ajenos no me importaran. Si iba a tener miedos que fueran los míos, que con esos ya tengo bastante.

Me fui sin tener una casa, ni un trabajo, y sin conocer (casi) a nadie, y me volví con una casa en la que siempre me van a recibir, con uno de los trabajos más divertidos que supe tener, y con amigas a las que siempre voy a volver a ver. Quiero llevarle tranquilidad a todos los consejeros que tuve, lo hayan hecho de corazón o de mala onda; ¿Me preguntaron si no me daba miedo irme? Claro, un poco, pero no se imaginan el miedo que me da pensar en si me hubiera quedado, mirando fotos de viajes ajenos mientras comía churros gomosos frente a la computadora de la oficina.

En la foto, Londres.


© Fotografías y textos Cecilia Martin 2010-2017


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